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CAPITULO II- La Vida Eterna

La seguridad eterna no es una doctrina aparte de la salvación. Si uno no está salvado para siempre, sencillamente no es salvo.

Aquellos que piensan que son salvos ahora, pero que podrían perder su salvación más tarde, tienen uno de estos dos problemas: (1) O están confiando, hasta cierto grado, en sus obras para salvarse, o (2) ellos no entienden que al confiar en Cristo como Salvador personal el destino de ellos está en las manos de Dios. Quizás hayan tenido poco o nada de instrucción bíblica y por lo tanto, no se dan cuenta que Dios ha determinado que las personas que crean en Cristo vayan al Cielo cuando mueran.

El primer grupo, aquellos que creen que el vivir una vida Cristiana pobre resultará en que ellos pierdan la salvación, en realidad necesitan que se les explique el plan de la salvación con claridad. En algún detalle no han entendido bien que la muerte de Cristo pagó TODOS los pecados de ellos; que las obras de ellos no tienen NADA que ver con su salvación, y que sólo la FE EN CRISTO les salva. Ud. deberá contestar a las preguntas de dichas personas tal como le contestaría a casi todos los perdidos... Es un caso bien definido de “gracia y obras.” Continúe explicándoles el evangelio hasta que vean la luz.

Una ilustración que ha servido para aclarar dicho punto de debate para muchos que han tenido este problema, trata con la definición de la palabra “Salvador.” ¿Qué es un Salvador? Supongamos que Ud. se está ahogando, allí en medio del océano, y que alguien le arrojara un libro, Cómo aprender a nadar fácilmente en tres lecciones. ¿Sería esa persona un Salvador? ¡No! Quizás podría llamársele un “Educador.”

Luego supongamos que otro hombre saltara de su bote al agua y acercándose a Ud. le demostrara varios estilos de natación, indicándole cómo debe mover los brazos para mantenerse a flote. ¿Sería tal persona un Salvador? ¡Por supuesto que no! Dicha persona sería sólo un “Ejemplo.”

Ahora bien, ¿qué diríamos si esa persona lo sacara a Ud. del agua, lo subiera a bordo del bote, lo secara, lo alimentara, y lo llevara mar afuera a quince kilómetros de la costa y luego lo arrojara de nuevo al mar?

¿Sería un Salvador? ¡De ninguna manera! Dicha persona sería alguien que “da y quita,” una especie de “oficial de libertad vigilada,” una persona que comienza un acto heroico y que lo abandona justo en la mitad. ¡Dicha persona, ciertamente no sería un Salvador!

¡Un Salvador es aquel que lo lleva a Ud. todo el trayecto hasta la costa! Cuando Dios dice que EL nos da vida eterna, y que EL jamás nos echará fuera o nos perderá, Dios significa seriamente lo que dice; porque EL es el verdadero Salvador. Si no hemos confiado en Cristo para que nos lleve por todo el camino al cielo, entonces no hemos confiado en EL como nuestro Salvador.

Analicemos la propia promesa de Cristo en Juan 6:37, “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.” Cristo dice que los que vienen a EL no serán echados fuera por ninguna razón.

Para demostrar indiscutiblemente esta verdad usemos una ilustra­ción de la vida familiar. ¿Qué clase de padres seríamos si, cuando nuestro hijo nos desobedece, lo echáramos a puntapiés de la casa y le dijéramos, “¡Vete al diablo... Hemos terminado contigo!” En cambio, el padre correcto dice, “¡Ven adentro!” Y el buen padre tiene maneras y medios para tratar con el hijo desobediente.

¡Dios nunca echa fuera a SUS hijos! Dios tiene otras maneras y formas de tratar con ellos, las cuales discutiremos en el Capítulo Tres.

Alguien podría decir, “Está bien, Dios no me va a echar fuera, pero yo podría salirme de mi propia voluntad y elección.” El Señor anticipó tales dudas y las contesta claramente en Juan 6:39, “Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.” La voluntad de Dios es que ninguna persona salva se pierda jamás. EL dice que no perderá nada. ¡Y el creyente por lo menos es algo’ Uno no podría jamás ser salvo y perderse otra vez. Dios nos salva para siempre. ¡Esa es SU voluntad!

Mientras testifica Ud. deberá usar solamente los versos que sean necesarios para que el oyente pueda darse cuenta de la verdad. (Demasiados versos confundirían a la persona que está escuchando el mensaje.) Sobre este punto de no perder la salvación, por lo general Ud. encontrará que Juan 6:37 y Juan 6:39 son suficientes. Dichos versos cier­tamente son bien claros.

A veces Ud. podrá percibir que ciertos casos requieren versos adi­cionales, y podrá recurrir a la abundante y clara enseñanza de las Escrituras. Estudie los pasajes minuciosamente para que sepa cuáles versos son los que mejor responden a la necesidad del oyente inconverso.

1 Pedro 1:4, 5, “Para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.” Nótese quién está guardando nuestra salvación... ¡Dios Mismo, mediante el poder de SU propia omnipotencia! Y El. está reservando un lugar en el cielo para nosotros.

1 Corintios 6:19, “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios...?” El Espíritu Santo vive dentro de cada creyente. Juan 14:16, 17 dice, “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad... porque mora con vosotros, y estará en vosotros.”

El Espíritu Santo está en los creyentes para siempre. Si una persona salva pudiera ir al infierno, el Espíritu Santo también tendría que ir allí.

Efesios 1:13, 14, “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para ala­banza de su gloria.” El Espíritu Santo mora en cada creyente desde el momento que la persona confía en Cristo como Salvador personal, y continúa morando en él para siempre. Una importante razón por ello es para mantenernos salvos y protegidos hasta que recibamos nuestros cuerpos glorificados. La expresión “arras de nuestra herencia” es como cuando pagamos la “cuota inicial al comprar una casa nueva.” Es una garantía de que el resto vendrá más tarde. Ahora tenemos el nuevo naci­miento—más tarde tendremos nuestros cuerpos nuevos.

1 Corintios 12:27, “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.” En el momento en que uno es salvo, uno se convierte en un miembro del cuerpo de Cristo. Si uno pudiera llegar a perderse, parte del propio cuerpo de Cristo iría al infierno.

Juan 10:28, “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.” Nuevamente, nótese que Cristo otorga vida eterna, ¡y los que reciben dicha vida eterna no perecerán jamás!

Cuando buscamos la palabra “jamás” en la Concordancia de Strong (Strong’s Concordance Greek, página N° 715) de la manera que está en la cita del apóstol Juan 10:28, encontramos que viene de cuatro palabras griegas diferentes, las cuales, deletreadas en nuestro idioma son: OUME, EIS, HO, y AION. Al buscar el significado individual de cada una de estas palabras en la Concordancia de Strong, encontramos que OUME(No. 3364) significa, “de ninguna manera, por ningún medio, en ningún caso, nunca”; EIS (No. 1519) significa, “lugar, tiempo, propósito”; HO (No. 3588) significa, “macho, hembra, o (aun) neutro;” A ION (No. 165) significa, “perpetuamente, eternamente.”

Cuando juntamos los significados de todas estas raíces de palabras, encontramos que cuando Cristo dijo “jamás”, aquí en este verso, dicha palabra lleva consigo una poderosa confianza — mucho más de lo que la misma palabra denota ordinariamente cuando pensamos en ella.

Leyendo la cita de Juan 10:28 nuevamente, con esta luz adicional de su significado, podríamos desarrollarla dándole el énfasis que Cristo le dio al pronunciar dichas palabras, de la siguiente manera: “Y yo les doy vida eterna; y DE NINGUNA MANERA, POR NINGUN MEDIO, EN NINGUN CASO, EN NINGUN LUGAR, EN NINGUN MO­MENTO, POR NINGUN MOTIVO, YA SEAN HOMBRES O MUJERES, PERPETUAMENTE Y ETERNAMENTE, JAMAS PERECERAN...”

Los Cristianos son santificados por la muerte de Cristo (Hebreos 10:10), y en Hebreos 10:14 leemos, “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.” Los creyentes son santifi­cados, y Cristo les otorga la perfección que ellos necesitan para ir al cielo. La palabra “santificados” significa ser hechos “santos, puros y sin mancha” (Concordancia de Strong, Griego No. 37). Estamos seguros que Dios nunca enviaría un creyente al infierno. EL ha hecho al creyente santo y sin culpa, y le ha dado una perfección que durará PARA SIEMPRE.

Juan 5:24, “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna: y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.” Cristo dice que los que tienen vida eterna (ellos ya la tienen), no serán condenados (promesa para el futuro). Puesto que Dios promete que los creyentes no serán condenados, ¿por qué no vamos a aceptar SU Palabra y creer que ellos no serán condenados? Los creyentes no pueden ir al Infierno... pues ellos ya han “PASADO de muerte a vida.”

Filipenses 3:9, “Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe.” La propia justicia de Cristo es otorgada a los creyentes. ¿Quién se atrevería a decir que la justicia de Cristo no es suficientemente buena como para el cielo?

Colosenses 2:13 y Hechos 13:39 nos dicen que el creyente ya está justificado y perdonado de todo pecado. Por lo tanto, ¿qué pecado podría hacernos ir al infierno? De hecho, cuando Cristo murió en la cruz por nuestros pecados, TODOS nuestros pecados eran futuros. Romanos 8:28, 29 nos enseña que nada puede separar a los creyentes de Dios... ¡EL nos ha justificado! ¡Nadie podría imputar absolutamente nada contra nosotros! ¡Qué Salvador maravilloso tenemos los creyentes!

1 Juan 5:10-13 es uno de los pasajes más claros que pudieran haberse escrito. La muerte de Cristo en la cruz no hace absolutamente nada por nosotros al menos que sea darnos la vida eterna. Si una persona tiene a Cristo como su Salvador personal, dicha persona posee esa vida eterna. Cualquiera que dude que Dios nos otorga vida eterna, estará tildando a Dios de mentiroso. ¿No le parece que sería muy imprudente decir que Dios es mentiroso? Personalmente, yo no querría estar en esa categoría.

Hay una ilustración que Ud. podría utilizar y que ha sido de interés para muchas personas cuando se trataba de este mismo tema. Resulta que una noche el hombre de la anécdota estaba teniendo dudas con respecto a su salvación... Su esposa entró al dormitorio y lo encontró meciendo la Biblia con la mano debajo de la cama. Al preguntarle qué estaba haciendo, el hombre respondió que como él sabía que Satanás habita los lugares muy oscuros, ¡estaba mostrándole lo que dice en 1 Juan 5:13! (Y a propósito, esta es una buena idea para cuando nos entren dudas. Simplemente reclam­emos la promesa de la Palabra de Dios y Satanás no tendrá ningún motivo por el cual hacernos albergar ninguna duda. La Palabra de Dios silencia a Satanás.)

Puesto que Dios me dice que yo puedo saber que tengo vida eterna, simplemente digo, “¡Gracias, Señor!”, y así conozco que tengo vida eterna. Estoy aceptando la Palabra que Dios expresa. Dios lo dice . . . yo lo creo... ¡y eso lo establece para siempre! ¡Yo fundamento mi eternidad enteramente sobre el hecho de que Dios no puede mentir y en que SU Palabra no puede fallar!

“Dios no es hombre, para que mienta... El dijo, ¿y no lo hará? Habló, y no ejecutará?” (Números 23:19).

***

Mientras Ud. adquiere experiencia en testificar descubrirá que cuando una persona realmente entiende el plan de la salvación, muy raras veces dicha persona tendrá dificultad con la “seguridad eterna.” Nuestra experiencia nos indica que la forma más efectiva de tratar con los que todavía alberguen dudas en cuanto a la vida eterna que se les otorga creyendo, después de haber expresado un aparente entendi­miento del evangelio, es volver a repasar uno o dos versos bíblicos, quizás Juan 6:37, y 39, y cariñosa pero firmemente leerlos una y otra vez hasta que la persona realmente crea lo que Dios le está dicien­do.

VERSOS PARA APRENDER DE MEMORIA CORRESPON­DIENTES AL CAPITULO DOS

*Juan 6:37, 39

*I Pedro 1:4, 5

I Corintios 6:19

Efesios 1:13, 14

Juan 14:16, 17

*Juan 10:28

*Hebreos 10:10, 14

*Juan 5:24

Colosenses 2:13

*Hechos 13:39

Romanos 8:28, 29

*I Juan 5:10-13

Números 23:19

Nota: Si Ud. no está acostumbrado a memorizar versos de las Escrituras le recomendamos empezar con los versos marcados con asterisco (*)

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